Las comedias de Molière eran una crítica de la sociedad de su tiempo. En
efecto, Molière se escarnecía a gusto con algunas de las clases dominantes de
su época, como médicos, abogados y aduladores falsos, en una corte cada vez más
ostentosa. Y si a todo esto le añadimos que era el protegido del rey, podemos
considerar que Molière no estaba tan lejos de aquellos bufones de la corte,
mantenidos por el rey, que podían reírse del rey delante del rey. A condición,
eso sí, de que parecieran un poco locos.
En el caso que nos ocupa, el de El avaro, tenemos
que decir que Harpagón es más que un avaro: es un usurero. Pero también un
déspota y un sátiro. Para él, el placer se reduce al dinero. Viejo viudo, es
capaz de casar a su hija con un viejo rico y de casarse con la joven y bella
prometida de su propio hijo. A pesar de la distancia de casi 250 años, este
personaje amoral continúa siendo plenamente vigente. Sólo hay que consultar los
diarios o dossiers de procesos judiciales, para encontrar en la actual clase
política española tipos parecidos que priman dinero y sexo por encima de
cualquier principio ético.
El avaro es una comedia, evidentemente, pero por este motivo también es
una dura crítica mucho menos inocente de lo que a priori podemos creer.
Lo que se hace en esta adaptación para títeres y objetos es recortar
algunos personajes y algunas tramas secundarias y centrarse en el eje
principal: la avaricia. La ventaja de la manipulación de objetos es que se
pueden mostrar los sentimientos más crueles sin perder un carácter de inocencia
a través de la técnica y por la caracterización de los personajes. Un doble
lenguaje que permite múltiples niveles de lectura.
Pero esta adaptación va aún más allá y nos situa en las puertas del siglo
XXI, un siglo donde posiblemente la falta de recursos naturales sea más
importante que el dinero. Un siglo donde desgraciadamente el agua será un bien
tan escaso que habrá Harpagones dispuestos a acumularla.
Aviso: podría ocurrir que después de ver el espectáculo os lavarais la
cara con otros ojos…
Lluis Hansen i Fors. Dramaturgo.
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